313. El hombre olivo
En el Valle de Lerguelas no se asustaba a los niños con el hombre del saco, ni a los adultos con el revienta huesos; bastaba mencionar al hombre olivo para que grandes y pequeños atrancaran las puertas de las casas.
Cuentan que esta leyenda surgió de la historia de un pobre diablo que se enamoró de quien no debía. El padre de la muchacha sintiéndose ultrajado, mandó a darle una paliza; pero este previamente advertido, corrió por el campo buscando un refugio. Hallole en un viejo olivo hueco, en el que se ocultó de sus perseguidores. Con la mala fortuna que esa noche de septiembre se desató una tormenta seca, y un rayo vino a impactar en el árbol que le cobijaba. Cualquiera hubiera muerto fulminado en el acto, él no.
A la mañana siguiente se despertó, y se dirigió a casa de un buen conocido, con el objetivo de esconderse allí hasta que todo se tranquilizase. Esa misma mañana comenzaron los extraños síntomas. Primero las extremidades, donde multitud ‒de lo que parecían ser verrugas‒, le brotaron hasta cubrirlo por completo. Casi no podía moverse. De los dedos de la mano le nacieron troncones secos y retorcidos; los cabellos se convirtieron en un frondoso ramaje. Se miró en uno de los espejos del salón, se había convertido en un olivo. Asustado, intentó salir corriendo, pero las raíces de sus pies se lo impedían, y tuvo que realizar un acto heroico para huir
Dicen que días más tarde encontraron muertos a los sicarios y al que pudo ser su suegro. El espectáculo era dantesco, terrible; parecían haberlos azotado con ramas de olivo.