29. Estaba sola
Uno de sus placeres era salir al campo y abrazarse a los troncos ásperos y llenos de vida de los olivos para llenarse de la paz y de la calma que tanto necesitaba.
Hacía ya muchos años que se había quedado sola. Desde entonces, coleccionaba cafés solitarios en las mesas del bar.
Aquella mañana le dolían los ojos.
Era primavera y los olivos estaban en plena floración.
Desde muy niña había desarrollado una alergia importante al polen del olivo y tenía que pasar largas temporadas cerca del mar para no sufrir.
Pero, esta primavera, contrariando a todo el mundo, se había quedado. Y, ahora, los ojos le escocían y le dolían de tanto frotarse para que el picor tan intenso se mitigara.
De fondo sonaba ABBA y su canción «Todo al ganador».
Era eso. Era la música la que le arañaba por dentro y le sacaba el picor. Si al menos la música dejara de sonar… Pero no, seguía sonando ahora más fuerte.
Alguien le había subido el volumen y ya era insoportable el dolor en la cuenca de los ojos.
A su lado pasó el chico que hacía el trabajo de servir las mesas del bar. No tenía ni la pinta ni los ademanes de un camarero, al menos era torpe llevando la bandeja con las bebidas y, el aspecto desaliñado, le daba una apariencia extraña.
Pensó preguntarle quién había subido el volumen justo cuando sus miradas se cruzaron. «Dios», pensó, «¿de dónde es esa mirada?, ¿por qué me ha removido el corazón?».
Fue solo un segundo, quizás menos, una fracción. La música se le clavó en la pupila. Se levantó de la silla y lo abrazó en el momento crucial del final de la canción.
Se desmayó en sus brazos.
Y ya no volvió.