272. El tesoro de Jaén
Me llamo Lidia y mi historia tiene comienzo un día de no hace mucho.
Iba por el campo andando tranquilamente, con bichos a mi alrededor, mis botas manchadas de barro… cuando de pronto me tropecé y caí al suelo, ya, lo que me faltaba ¡mancharme la ropa! Me levanté aturdida y con un dolor en el pecho, como si me hubiese clavado algo y no iba muy desencaminada, me había caído encima de un libro, estaba viejo y sucio, al cogerlo le di unas palmaditas para limpiarlo mientras que lo abría, se notaba que ya tenía unos cuantos añitos ya fuera por la escritura casi inentendible o por la suciedad que abarcaban las páginas, pero gracias a las cartas que enviaba mi abuela por navidad conseguí entenderlo. Se titulaba “El tesoro de Jaén” debajo había unas palabras escritas de las cuales supuse que serían la pista y decía así:
El tesoro de Jaén perdido está
si tú lo quieres encontrar
deberás buscar
donde los peces no se ahogan y tú puedes nadar.
Las preguntas se me amontonaban en la cabeza: ¿Un tesoro en Jaén? ¿De quién será este libro? ¿De qué lugar estará hablando? Estaba más perdida que en un examen de matemáticas y mira que eso ya era complicado… Estaba dando vuelta sobre mí misma hasta que el olor a tierra mojada despertó algo en mí. Fui corriendo atravesando los olivos e insectos de la zona hasta que llegué al rio Guadalquivir, ahí los peces no se ahogaban y la gente iba a bañarse, tenía que ser este lugar sí o sí, la humedad penetraba lentamente, comencé a buscar, bajo las rocas, entre las hierbas, sobre las copas de los árboles… estuve más de una hora buscando, pero ni por esas encontré nada, cuando ya me disponía a irme resbalé y caí de espaldas en el rio, ¿os había dicho que era torpe? Bueno, si no, ya lo habrás deducido, ¡oh no! ¡el libro! Salí rápidamente tiritando y saqué el libro de mi bolsillo, estaba empapado, ahora sí que sería imposible encontrar el tesoro, me fui con la cabeza gacha, con un posible resfriado y sin ningún tesoro en mis manos, nada más que un libro viejo y mojado, al llegar a casa me duché y me puse mi pijama mientras que con un secador secaba cuidadosamente las páginas del libro, volví a leer la pista intentando saber que había hecho mal y al pasar la primera página me quedé atónica varias palabras comenzaron a aparecer en la segunda página, decía así:
¡Genial me has refrescado!
Y otra pista más has encontrado
estoy bueno con todo, pan, pescado…
y que sin mí sé que estarías agobiado,
busca de dónde vengo,
alguien me ha creado.
¡Eso era! Las letras estaban escritas con tinta invisible y eso ha provocado que el agua dulce del rio las haya colorido. Volví a leer la pista, eso sí, esta vez más concentrada pero desafortunadamente mis conocimientos de detective policiaco no llegaban a más.
Al día siguiente llamé a mis amigas, sabía que a ellas se les daría mejor este tipo de cosas, ya sabéis, pistas, misterios… es que estaban hechas unas Sherlock Holmes. Comencé a llamar a una por una hasta que al final quedamos en mi casa, cuando llegaron se quedaron mirando al papel embobadas más de veinte minutos, decíamos respuestas absurdas, hasta que Laura, una de mis mejores amigas dijo: “Podría ser algún condimento que haya en la cocina ¿no?” ¡Eso es! Bajamos todas corriendo las escaleras empujándonos unas a otras, sacamos la pimienta, la sal, canela… pero nada, al llegar la hora se fueron desilusionadas, sin saber la respuesta de aquella pista que nos tenía a todas intrigadas.
Me senté en el sofá a ver mi programa favorito que era de cocina, explicaban como hacer un plato muy típico andaluz, que era el canto y explicó que el aceite de oliva era el condimento más bueno que una persona podía tener en su despensa, que se acompañaba con todo y se utilizaba para todo, desde la cocina para freír hasta para uso facial, mascarillas… me quedé boquiabierta y enseguida caí, esa era la solución a la pista ¡el aceite! Cogí un pincel y puse en un vaso un poco de aceite, mojé el pincel en él y comencé a pintar la parte superior de la tercera página, se ve que a quien escribió esto le gustaba las letras invisibles, pero estaba equivocada, solo había manchado más aún la página, bueno, me consolé a mí misma ya estaba a un paso más de encontrar el tesoro, dije con una sonrisa forzada.
Durante la noche una nube de pensamientos pasó por mi cabeza… busca de dónde vengo, alguien me ha creado… aceite, aceite, ¡aceituna! Gritó una voz, me desperté sobresaltada y lo apunté en un papel para que no se me olvidase ya que estaba segura de que esa era la solución.
Por la mañana llamé de nuevo a mis amigas para que me ayudasen a encontrar la siguiente pista ya que sería un día muy duro agarré mi bici y me puse manos a la obra, nos encontramos todas junto al de molino de aceite y revisamos uno por uno los olivos más cercanos de esa zona, un grito de llamada de mi amiga Claudia nos alertó a todas fuimos corriendo y ahí la vimos señalando una rama de un olivo, estaba rayada con unas letras escritas en mayúscula:
¡Bien! Te felicito si me has encontrado
aunque resulta complicado
bajo el olivar más grande una aceituna crecerá
que tan valiosa como el oro
y tan inmensa como el mar será
Estábamos súper confundidas, ¿Dónde íbamos a encontrar el olivar más grande? Como hay pocos… dijo una amiga con sarcasmo, habrá que pensar le respondí, bueno lo que sí teníamos claro era que ese era el último paso que se interponía entre nuestras vidas actuales y ser millonarias, volvimos a casa con la pista apuntada en un papel.
Después de varios de días estar buscando información, Laura nos llamó diciendo que ya lo había resuelto, todas nos sorprendimos muchísimo pero escuchamos atentamente su teoría, decía que había leído un documental que iba sobre la antigua cumbre de una montaña hay nuestros antepasados escondían valiosas reliquias pera que mientras estaban en guerra no quitaran sus posesiones más valiosas, como el oro, joyas… así que nuestro deseado tesoro debería estar en la parte más alta que hubiese en el campo, a todas nos convenció su teoría aunque no la acabábamos de comprender pero se agradecía que nos lo hubiese explicado tan detalladamente, sin dudarlo cogimos nuestras bicis y exploramos tierra arriba, la verdad parecía que estábamos en una película de exploradores y detectives envueltos en un mar de misterios, resumiendo, una sensación tan extraña que asustaba, a medida que subíamos nos íbamos dando cuenta de la cantidad de olivos que se veían, el olor a tierra mojada, el sonido de los pájaros, ¡era maravilloso! Paula se tropezó de la bici y se cayó se hizo un raspón en la rodilla, tuvimos que desviarnos para ir al rio a por agua para limpiarle la herida ya que dicen que como el agua del Guadalquivir más sana y pura ninguna así que decidimos poner en práctica eso que tanto afirmaban que era cierto, cogimos una botella que llevaba y se la fui echando lentamente por el lugar de la herida ella soltó un suspiro de alivio, ya que el agua estaba fresca, el dolor se le empezó a calmar lentamente hasta que exclamó más alegre que nunca: ¡vámonos a ver si nos van a quitar nuestro tesoro! Venga corred, le seguí el juego, volvimos riéndonos y bromeando sobre lo ocurrido.
Nos entró hambre así que decidimos parar a merendar unos cantos con aceite de oliva, acompañadas de unas aceitunas que traía en un bote, como mi abuelo se dedicaba a cogerlas pues que mejor que comerlas justo cuando estamos rodeadas de ellas, seguimos nuestro camino esta vez sin más interrupciones ya que nos moríamos de ganas de saber que habría debajo de aquel olivo, la última cuesta se nos hizo la más difícil pero la más deseada, al llegar tiramos las bicis y salimos corriendo, y ahí lo vimos, el olivo más grande de todo Jaén cogimos las palas y empezamos a cavar justo a los lados, pasaron las horas y nos dimos cuenta de que ahí no se escondía nada, ¡nos habían engañado! Dijimos frustradas.
Cansadas y jadeando nos detuvimos a mirar hacia el horizonte, estaba todo sembrado de olivos, pájaros volando por los alrededores y el sol cayendo, eso sí que era de película, ahí nos dimos cuenta de que el verdadero tesoro siempre lo tuvimos delante pero nunca nos habíamos dado cuenta, nunca nos habíamos parado a mirar a nuestro alrededor y observar la fortuna que tenemos, ese era el verdadero tesoro de Jaén, los paisajes tan preciosos que te da, repletos de olivos, que dan aceitunas, que dan aceite que es el oro líquido y que da la felicidad.