153. La decisión de Marilyn
Marilyn Burton cierra la puerta con dificultad. Su casa de campo es muy antigua, por lo que las bisagras, entre otros muchos engranajes de ese lugar que ahora utiliza muy ocasionalmente, se encuentran oxidadas. Además es de madera, lo cual solía causar numerosos problemas en los meses de lluvia y frío. Por suerte (y con ayuda de su trabajador de confianza) en breve sustituirán la puerta por una con mayor resistencia que la anterior.
Mary, como prefiere ser llamada, no es una persona muy notable, sino más bien alguien que escoge pasar desapercibida ante la gente corriente. Con algo más de setenta años a la espalda, su conocimiento y cultura continúan en aumento gracias a su afán por la lectura y la educación con la que ha sido criada. Su pelo es corto, aunque no cano; en apariencia conserva el mismo rubio de su juventud, no obstante, nadie sabe a ciencia cierta si se lo tiñe o no. Sus ojos son oscuros y su porte elegante, con toques clásicos, en todo momento.
El tiempo que ahora no dedica a trabajar lo utiliza para instruirse y disfrutar de los pequeños placeres que le da la vida, bien sea leyendo en su e-book, visitando sus terrenos y a los conocidos que viven cerca de éstos, viajando a ver a sus nietos o bien pasando el rato con su marido.
Es cierto que el cuidado diario de las olivas es una de las actividades que Mary prefiere delegar en otros, por eso tiene “contratado” a un trabajador de confianza, que vela por ellas durante el año, ya que se encuentran en las afueras de una villa a un par de horas de la ciudad en la que vive.
Alfonso es un gran conocido suyo, al que, con el pasar del tiempo, tiene el placer de poder llamar amigo. Desde hace más de diez años es el encargado de supervisar sus olivas durante las temporadas en las que ella se encuentra lejos con la particularidad de que no cobra por ello, o al menos no en metálico. Es cierto que, visto desde fuera, lo único que hace es recorrer semanalmente los terrenos en los que están sembradas las olivas y comprobar que no haya nada fuera de lo normal; sin embargo, en una exploración más profunda, también soluciona cualquier desperfecto que surja en relación a esto. Por ejemplo las bisagras de las puertas; al notarlo un día que entró a la casa de campo para rellenar unas garrafas de agua (tenía pensado regar algunas de las olivas que parecían más secas) avisó a Mary y le sugirió ponerse en contacto con un carpintero o bien un albañil. Al Mary dar su visto bueno, Alfonso se encargó de llamar a su hombre de confianza y sacar el presupuesto al precio más económico por el cambio de todas las puertas de la vivienda. Como agradecimiento, ella le mandó por navidades dos cajas con seis botellas cada una de los mejores aceites de sus olivas, acompañadas de media docena más con vinos de las viñas de su hermana. Grosso modo, Alfonso valoró aquel regalo en unos quinientos/ seiscientos euros.
Alfonso es un trabajador de toda la vida; temperamental en cuanto al liderazgo y muy ordenado en sus tareas, por inverosímil que parezca. Lleva jubilado desde los sesenta; por una fractura de cadera tuvo la suerte y la desgracia de dejar de trabajar antes de lo previsto. Si bien es cierto que continúa haciendo arreglos y chapuzas a sus antiguos clientes o poniendo en contacto amigos con personas que antes trabajaron con él, en su mayoría son acciones por las que no pide ninguna remuneración.
Las olivas son para él una de sus mayores fuentes de distracción; lo mantienen ocupado todo el día, permitiéndole además, sentirse dueño de ellas y de lo que hay alrededor. De hecho, una cosa que no le ha contado a Mary, es que aquella vez que entró en su casa a rellenar las garrafas de agua no había sido la única; en realidad solía pasar ahí las tardes de la primavera, así como en el otoño. Era una casa amplia y muy bien ventilada, pocas veces se sentía en ella frío o calor, por lo que le era perfecta para coger uno de los libros de la inmensa biblioteca que allí había, hacerse un café instantáneo con sobres que se llevaba de su propia casa y sentarse en uno de los butacones a leer.
Mary comienza a pasear por sus terrenos con tranquilidad, recordando algunas de sus anécdotas más remarcables en aquel lugar. Teniendo no más de siete años, ella misma le hizo una jugarreta a un amigo de su hermana (que hoy considera atroz), de la que luego aquel mismo niño tomó venganza. Cuatro años más adelante enterraba sus primeras semillas de oliva junto a su padre, quien siempre se comportó de manera muy estricta con ella. Apenas con dieciséis, o al menos así es como lo recuerda, fue cuando llevó a aquel chico a pasear por los alrededores de la casa de campo, aquel que se convertiría luego en su marido y una de sus mayores cargas en la vida. Más adelante, teniendo ya la treintena, las discusiones bajo esas mismas olivas, con su hermana, se fueron intensificando; por el futuro de sus padres, la herencia de la primogénita, el patrimonio… ahora ha finalizado por recorrerlas sola cada vez que viene.
Tras una hora y media, da por finalizada su revisión volviendo al punto de inicio, habiéndose asegurado de que las olivas están tal y como las dejó: troncos robustos, ramas podadas y completamente sanas;. Decide preparar el habitual aperitivo para su marido antes de embarcarse de lleno en hacer la comida, que ese día resultará algo más compleja.
“Si esto no sale bien…” se dice a sí misma, mientras comienza a trocear las rodajas de tomate que consistirán en el prólogo de su menú degustación del día. “Las Perlas de Aceite de Oliva deben atraer la atención”, siendo éstas uno de los elementos más exclusivos fabricados en el mediterráneo. Ella misma se relaciona con la familia Caviaroli de buen grado, lo cual le ha permitido el lujo de poder utilizar el aceite de sus olivas para fabricar una selección especial de esas Perlas tan exquisitas.
Tras poner sobre la mesa el carpaccio de tomate para su marido, se dispone a volver a la cocina cuando algo llama su atención. Él no está comiendo su aperitivo como lo hace habitualmente, sino que la mira de un modo extraño. Marilyn lo deja pasar y prepara los tagliatelle como Ramón Ramón (director de la empresa) le ha aconsejado.
Tras el almuerzo, más o menos a la hora en la que se toma el té en Inglaterra, Marilyn se sienta en su butaca con una taza de Earl Gray, dispuesta a continuar con uno de sus libros ensayísticos preferidos. Se extraña por segunda vez, al no ver a su marido echando la siesta en el sofá junto a la televisión, costumbre que él tiene muy arraigada; sin embargo, no le da mayor importancia.
Es al anochecer, o mejor dicho, a esa hora en la que ya no puede verse el sol, cuando sube al piso de arriba. Lo único que le falta por hacer es ir al baño y abrir la ventana de su dormitorio para que la casa se ventile antes de irse a dormir.
El dilema sucede la mañana siguiente, cuando su marido aparece muerto. El escenario con el que se encuentra es sencillo: el cuerpo inerte reposa en el hall de la entrada boca arriba; sin heridas aparentes, sangre ni hematomas. Lo curioso en él no es la posición, sino su rostro, que está contraído en una mueca espantosa; los ojos desorbitados y los labios ligeramente entreabiertos, con los dientes sujetando la lengua con debilidad. Su esquelético torso no se mueve arriba y abajo, eso es lo primero que nota ella al verlo; sin embargo, su primer pensamiento no va destinado a llamar a la policía o bien a una ambulancia, sino al revuelo que toda la situación puede llegar a causar si no lo maneja de manera adecuada. Eso es lo último que quiere: revuelo. Debe ser capaz de mantener el asunto lo más discreto que le sea posible.
A las diez de la mañana Alfonso llama a la puerta con una forma tan característica de hacerlo que ella ni siquiera pregunta. Su apariencia es abrumadoramente tranquila, al contrario que la de él al ver el cadáver. Marilyn permanece en una actitud taciturna mientras explica todo lo que ha sucedido, organizando para sí misma sus próximas acciones. Escoge contactar con una sepulturera, antigua conocida suya, que planificará todo el funeral (así como el levantamiento del cadáver) con la mayor prontitud. Alfonso será el encargado de colaborar con ella para que nada salga a la luz al menos hasta dentro de una semana, cuando ella pueda alegar “causas naturales” ante la prensa, si es que el caso llegara a mayores.
Pasado ya algo más de un mes, sentada en el despacho de un notario y con el bolígrafo predilecto de su marido, Marilyn procede a firmar la venta de los terrenos con sus olivares. Se ha dado cuenta de que lleva demasiados años cargando con algo que no le reporta tantos beneficios como cargas y no quiere morir dejando una cantidad de patrimonio tan grande a algún sobrino nieto al cual no conoce. El tema de su herencia es otro de los puntos a tratar con el notario; no ha tenido hijos y por consiguiente tampoco nietos, ni piensa darle un céntimo de sus bienes a su hermana. Designar un testaferro es complicado en su posición: un gran número de conocidos y, en cambio, uno reducidísimo de personas en las que pueda delegar responsabilidades. La confianza no existe en su lengua materna, por lo que ha meditado en muchas ocasiones llevar todo su capital y sus propiedades a la tumba con ella. El notario, por supuesto, se lo desaconseja considerablemente, pero ella hace caso omiso. Debe pensar en todo ello cuando acabe con la venta de las olivas. Esa noche habrá de tomar una decisión.
Al llegar a su casa prepara, ¡al fin para ella sola! una taza de té con galletitas que ella misma ha cocinado (huelga suponer que las ha preparado con aceite de su cosecha) como llevaba esperando hacer durante tanto tiempo. Tras sentarse en la sala de estar disfrutando de su merienda trata de buscar un nuevo libro en su Ipad, cuando comienza a sentirse algo fatigada. Sus ojos no consiguen enfocar bien y tiene una gran sensación de presión en el estómago, que comienza a recorrerle el cuerpo entero.
¿Cómo consiguió su marido sobrevivir toda la noche hasta llegar al hall a morir al amanecer? No lo entiende. Lleva sin comprenderlo desde el día en que lo encontró ahí o mejor dicho desde la noche anterior, en la que no lo vio tumbado en su sofá.
Marilyn nota como sus órganos están fallando a una velocidad abrumadoramente rápida y tan solo tiene tiempo de pensar en una cosa: su decisión con respecto a la herencia. Lamentablemente, no hay nadie ahí para certificarlo; al igual que sucedió con su marido.
Es el turno de Alfonso de organizar un funeral lo más silencioso posible. Encontrar dos cuerpos en menos de dos meses le afecta de sobremanera y apenas consigue tenerse en pie cuando el sacerdote pronuncia la misa por su estimada Marilyn.
Al llegar a su casa se encuentra destrozado, abatido en todos los sentidos. Se tumba en su cama y no se levanta prácticamente en los tres días posteriores al entierro. Marilyn siempre significó mucho para él; por eso acudió a su llamada cuando ella le dijo que su marido había sido asesinado en su casa de campo, por eso le ayudó con cada cosa que ella le pidió, antes y después de que enviudara… por eso sabe que hizo lo que hizo.
Ella siempre ha sido una mujer “de bien”, como suele decirse, esa es la mayor causa de su admiración por ella desde hace tantos años. Sabe, por el mismo motivo, cómo se hubieran desarrollado los hechos si él la hubiera persuadido para contactar con la policía: los inspectores pertinentes hubieran hecho sus investigaciones y la hubieran acusado a ella sin dudarlo. Ella, por contra, hubiera desviado todas sus conjeturas hacia su hermana, a la cual nunca le faltaron motivos para asesinar al que una vez fue su cuñado. Todos se pelearon como gatos por la herencia, el hermano de su padre también estaba metido en el ajo, al igual que sus sobrinos. Sí, está claro que la hermana de Marilyn sería la sospechosa número uno si no lo fuera ella misma. El problema estaba en que Marilyn cargaba en aquel momento con todo el peso de los prejuicios; detestaba a su marido, existía una lucha interna por el patrimonio, la casa de campo se encontraba aislada de cualquier testigo… y lo más importante en la balanza acusatoria: el arma homicida la hubiera delatado.
El marido había sido envenenado. Y no solo envenenado, sino que la intoxicación se había producido con aceite de oliva. Ese era el dato que la policía no dejaría pasar, dado el caso, ya que las perlas de aceite de oliva eran el “ingrediente estrella” en la comida de aquel día de Marilyn.
Todo esto ella siempre lo supo. Por eso hizo lo que hizo.
Pero en realidad, no es un crimen enterrar un cadáver del cual existieron sospechas de haber sido asesinado, ¿lo es? Porque ese ha sido, aparentemente, el único delito cometido por esta mujer tan culta y tan respetada por todos. Ella no tuvo nunca el aspecto de una asesina; excepto por su frialdad al encontrar el cadáver, su desarrollada capacidad de agradar a los demás, su habilidad de pasar desapercibida cuando lo desea, sus múltiples contactos y su apariencia elegante y conciliadora. Excepto por todo eso y las conjeturas que la policía hubiera podido construir si ella hubiera hecho esa llamada, Marylin fue siempre la persona más inocente que cualquiera conocería.
Todo esto él siempre lo supo. Y por eso hizo lo que hizo.
Ella no valoraba el encanto ni el potencial de sus olivares. Eso lo molestó en un principio, pero jamás podría haberse enfadado con tal persona (nadie, de hecho, podría). Es por ese mismo motivo por el que se ha encargado de asesinar su sufrimiento. El marido de Marilyn era la causa de todos los pesares de ella; un hombre inservible y caradura, que no merecía tener todo lo que siempre tuvo. Por eso él se encargó de ello, para que Marilyn pudiera vivir tranquila, y tal vez de esa manera reconsiderara mirar de otra forma a sus olivas.
No fue así. Por la culpa, o al menos eso se figura él, su estimada amiga tomó una decisión terrible, que arruinaría su vida aún más. Por ello, él también tuvo que tomar una decisión arrolladora, que lo dejó hundido al segundo: si Marilyn no tenía las parcelas, no las tendría nadie más que él. Y como no podía convencer a Marilyn, tendría que frenarla.
En realidad no fue ella quien mató a su marido, no por las dificultades que conlleva un trabajo como ese, simplemente fue porque no lo quiso así. Alfonso sabe que, si ella lo hubiera deseado, solo hubiera tenido que utilizar una de las botellas de aceite que le regaló, claro está, con un par de modificaciones, para sazonar el aperitivo diario e ininterrumpido de su marido.
Claro está, a él se le presentó un escenario algo más difícil a la hora de ejecutar su cometido. Resolvió que la única manera de poder hacerlo sería en sus usuales vacaciones de invierno, cuando ambos cónyuges residían un mes allí, sin ningún tipo de vigilancia externa. No allanó la vivienda por la noche ¡él no era un vulgar ladrón! sino que, con toda la simpleza del mundo, unos días antes intercambió la botella de aceite por la que él traía. Lady Marilyn tenía la costumbre de cocinar los platos para ambos con sus nuevas perlas de aceite, por lo que no había ningún peligro de que a ella pudiera pasarle algo por la contaminación en sus comidas.
Lo que Alfonso nunca supo fue lo que ella dictaminó su sentencia de muerte. La decisión de Marilyn cayó como el castigo del universo que él merecía con sus actos.
Tratando siempre de proteger las olivas, de salvaguardarlas en su poder, acabó con la única persona que estaba dispuesta a dárselas sin pedir nada a cambio. Y es que la decisión de Marilyn había sido nombrar heredero de todos sus bienes al mismo Alfonso, que siempre había estado ahí para ella.